Por Ricardo Antonowicz, psicoanalista (MN 11556). Es ex jefe de servicio de Psicología del Sanatorio Municipal Dr. Julio Méndez y ex coordinador de actividades asistenciales del hospital Borda
Las vacaciones de invierno son un momento muy esperado por todos para compartir tiempo con los hijos, las parejas y, fundamentalmente, acortar el año laboral.
En el imaginario colectivo, es un tiempo vinculado al ocio y al placer pero en tiempos líquidos, vertiginosos y atravesados por el uso abusivo de las redes sociales, detrás de una foto sonriente puede haber signos de depresión, ansiedad, hiperactividad e insomnio.
Las vacaciones propician la planificación de un tiempo de plenitud. Pero ahí radica el quid de la cuestión: ¿hay que planificar el tiempo libre? ¿Cómo llenar ese vacío de forma saludable?
Los seres humanos nos hemos acostumbrado a complejizar las cuestiones simples. Queremos dominar lo repentino ¿Por qué nos cuesta dejarnos llevar por la aventura improvisada, la charla distendida, los juegos de mesa?
¿Por qué parecería que elegimos amontonarnos y formar largas filas para el cine, el pochoclo y el estacionamiento en lugar de compartir actividades en casa? ¿Por qué de todo nos aburrimos tan rápido?
Frenar. Esa es la palabra clave. No tenemos que estar en todos lados, ni ocupar cada segundo. Planear el tiempo libre es la gran paradoja de nuestro siglo. Las vacaciones debieran ser una vuelta al reencuentro con nosotros mismos y con nuestros vínculos afectivos.
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