Esta imagen representa a la Madre de Dios en el cielo, rodeada por nubes, llevando en su brazo izquierdo al Niño Jesús y en la mano derecha un cetro de azucenas. Si bien se desconoce quién fue el autor del lienzo original, la historia de la devoción sí está registrada y se remonta al siglo XVII.
La tradición señala que a fines de 1696, el entonces Obispo de Quito, D. Sancho de Andrade y Figueroa, estaba “seriamente enfermo”, indicó el sitio web de la Asociación Santo Tomás de Aquino, que promueve la devoción a la Virgen de Fátima en el Perú.
Por eso, “como solía acontecer en graves circunstancias”, se pidió traer a la Catedral de Quito la venerada imagen de Nuestra Señora de Guápulo, que se hallaba custodiada a “un par de leguas de la ciudad”, unos diez kilómetros.
En la tarde del 30 de diciembre la imagen mariana fue sacada en “procesión de rogativa”, una práctica que consiste en rezar para suplicar a Dios que aparte calamidades o conceda gracias especiales, y fue seguida de unas 500 personas.
El anda de Nuestra Señora de Guápulo llegó “al final del pretil de San Francisco” cerca “de las 4:45 de la tarde”, cuando los fieles terminaban de rezar la segunda decena del Santo Rosario. Luego, como era tradición, “se hizo la señal con la campanilla para que todos se arrodillasen para entonar el Gloria Patri” (‘Gloria al Padre’ o Gloria); y en ese momento ocurrió el asombroso suceso.
De pronto, en dirección al caserío de Guápulo, “se vio claramente en el cielo” una “figura formada por nubes” que era de gran tamaño. En ese momento, el P. José de Ulloa y la Cadena, capellán del Monasterio de la Limpia Concepción de Quito, exclamó: “¡La Virgen, la Virgen!”, y muchos vieron sobre los aires, en el lugar señalado, la figura de la Madre de Dios “dibujada por las nubes”.
Según señaló el P. Fernando Jaramillo en Novena a la Santísima Virgen de la Nube: “Estaba la imagen de pie sobre otra nube más oscura y densa que le servía como pedestal o trono. Llevaba corona en las sienes y en la mano derecha un ramo de azucenas a manera de cetro”.
“Con la izquierda estrechaba al Divino Niño Jesús, hacia quien tenía dulcemente inclinada la cabeza. Sobre los cabellos y espalda flotaba un airoso velo formado igualmente de una nube. Vestía una cándida túnica de sencillos y ondulantes pliegues, media oculta por un manto de amplitud majestuosa y regia”, agregó el sacerdote.
La aparición de María Santísima “duró lo suficiente para que todos pudieran darse cuenta perfectamente de ella”, indicó el sitio web. Cuando la procesión terminó se levantó un acta que es declarada por la máxima autoridad local, el presidente de la Audiencia, y “otros testigos calificados”, un proceso registrado hasta la actualidad en el Archivo Arzobispal de Quito, agregó.
Según escribió el P. Vargas Ugarte en Historia del Culto de María en Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados, no todos los presentes lograron ver la aparición, “quizá porque no acertaron a distinguirlo o porque no les fue concedido verlos”. Mientras que otro escritor, el P. Jaramillo, dijo que algunos observaron a los pies de la Virgen “otro bulto formado así mismo de nube, que semejaba a un sacerdote”.
Tras el suceso, el entonces “Obispo de Quito recobró inopinadamente la salud”, y no solo autorizó el culto a Nuestra Señora de la Nube, “sino que mandó erigir un altar” en gratitud a la Madre de Dios y “para conmemorar” su aparición. El Prelado, quien era muy devoto de la Virgen María y del Rosario, falleció seis años después del suceso, en mayo de 1702.
La devoción a la Virgen de la Nube trascendió fronteras y llegó a Lima (Perú), donde la priora del Monasterio de Madres Nazarenas, Madre Bárbara Josefa de la Santísima Trinidad, incorporó un lienzo de esta advocación mariana en las andas del Señor de los Milagros. El propósito era rendir homenaje a la fundadora del Instituto Nazareno, la Sierva de Dios Madre Antonia Lucía del Espíritu Santo, quien nació en Guayaquil (Ecuador).
La devoción al Señor de los Milagros se originó en el siglo XVII, cuando un fuerte terremoto sacudió Lima y todo se desplomó excepto el muro donde estaba pintada la imagen de Cristo Crucificado. Esta es una de las devociones más veneradas en el Perú y reúne cada octubre a cientos de miles de fieles que salen en procesión por las calles de la capital.
En 1746 ocurrió un fuerte terremoto y maremoto en Lima y Callao que destruyó todo a su paso. En el puerto solo sobrevivieron 200 personas de una población de entre siete u ocho mil personas.
Tras el siniestro, la población sacó en procesión por cinco días al Señor de los Milagros, que por primera vez tenía al reverso la imagen de la Virgen de la Nube. Desde entonces la devoción mariana creció en el país.